¡Ahora es un poco retro!



Mi familia, bastante conservadora, como lo soy yo, no veía con buenos ojos lo que para principios del año 2000 se estaba poniendo de moda en las calles de Tame. Nosotros vivíamos en ese lindo pueblo llanero que estaba un poco alejado de la sociedad poco a poco globalizada que empezaba a dejarse comer por la era digital que ganaba más protagonismo en los jóvenes de la época. Las maquinitas empezaban a llenar el pueblo y ya era común ver dos o tres máquinas de arcade en una sola tienda, en al menos una de cada tres que tenía el pueblo que, para su tamaño, no eran pocas. Empezó a ser común ver más y más muchachos pasar horas y horas frente a esas máquinas, con monedas de cincuenta pesos colombianos de ese entonces en las manos para poder jugar. Las filas eran inmensas y, claro, siempre daba curiosidad a quienes jamás habíamos parado a jugar. 

De lejos yo veía el fenómeno. En ese momento rondaría los seis o siete años. Los sonidos se escuchaban tan pronto uno se aproximaba aunque fuese un poco y los gritos de asombro, frustración y victoria solo hacían muchísimo más llamativo ese ambiente. Pero no podía tocar una máquina de esas, ni acercarme, al menos no con el permiso de mis viejos.

No puedo recordar con exactitud qué juego era el que estaba siendo jugado por esas fechas, pero estoy seguro de que se trataba de un 'tekinofaider' (the king of fighters, vine a saber años más adelante); el juego de pelea se había vuelto una locura entre los jóvenes del pueblo. Era común que una gran cantidad, como en manada, saliera de estudiar al medio día y llenaran las tiendas aledañas a los colegios por horas. Los padres, enfrentándose muy seguramente a algo que no entendían, solían ir a buscar a sus hijos con fuete en la mano; de cierto modo, era normal, algunos pasaban horas, realmente, horas, en esas máquinas y no aparecían en casa hasta la noche. Además, como esos juegos, se decía, venían todos de donde los chinos, seguramente eran satánicos y no era bueno que los muchachos se enviciaran a ellos.

Solo una vez tuve la oportunidad de jugar en una de esas maquinitas en ese año. Tuve la osadía de acompañar a mis compañeros porque tenía unas cuantas monedas que habían quedado de un mandado que había hecho a mi mamá. Yo no sabía nada de cómo usar la máquina, así que me ayudaron en todo el proceso hasta dejarme listo para luchar. No recuerdo el combate, los personajes ni el resultado... El resultado creo que no lo recuerdo más porque la pelea fue inconclusa que por otra cosa: mamá se dio cuenta de que no estaba en casa y me había ido sin avisarle, me buscó por toda la casa, luego los alrededores del barrio y, finalmente, me encontró jugando. Me sacó de la oreja, literalmente, y casi arrastrado para llevarse así hasta la casa.

Mi siguiente experiencia vendría un par de años más tarde con mis tíos maternos, amigos del dueño de uno de esos salones en los que se acomodaban cuatro o cinco televisores a los que se conectaban Nintendo 64 o Play Station One y se pagaba por jugar en ellos desde media hora en adelante. Como mis tíos eran amigos del dueño, era normal ir en las horas de poca demanda para que nos dejaran jugar gratis. Allí conocí Golden Eye 007 y Bloody Roar. Pero esto ocurría simplemente cuando les visitaba a ellos en épocas de vacaciones de la escuela.

Las consolas no eran accesibles para mí o mi familia, claro, entonces no había otra solución que quedarse con el recuerdo de esas tecnologías extrañas, entretenidas y que no comprendía.

Fue, entonces, en el año 2004 que tuve mi primera computadora de mesa. Tendría ya los once años, si no recuerdo mal, o apenas iba a cumplirlos. Hacía poco más de un año que habíamos llegado, con mi familia, a la capital de mi país y estaba descubriendo un sinnúmero de cosas que me llamaron la atención desde el principio. Para este momento, el boom de las consolas en mi vida ya no era tan grande por la falta de familiaridad con ellas, sin embargo, los computadores estaban en pleno auge y mi padre había hecho lo posible por que consiguiéramos uno.

Un amigo de la familia nos instruyó en la compra, lo configuró y lo dejó listo, andando con Windows XP y algo que me sorprendió tanto como las consolas: los emuladores. Podría decir que en ese momento fue que, realmente, empezó mi afición a los videojuegos...


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